Es cierto que las abejas juegan un papel muy relevante para nosotros. Polinizan plantas y nos dan miel como alimento. Es, probablemente, uno de los animales a los que más cuidamos. Desde luego, el animal no doméstico al que más cuidamos, ahora que la seda tiene menos importancia.
Sin embargo, basta con un zumbido a nuestro alrededor para que dejemos de prestar atención a lo que estemos haciendo y nos concentremos en esquivar su picadura.
Y no somos los únicos que nos asustamos. Las orugas, plagas de plantas, también. Tienen unos pelos sensitivos que detectan el movimiento del aire, asociado a la frecuencia típica de abejas. Representan una adaptación evolutiva muy selectiva. Las orugas, entonces, se esconden o abandonan la planta. ¿Por qué, si las abejas no tienen nada que ver con las orugas? ¿Por qué tirarse de una planta al suelo y perder mucho tiempo en una vida corta? Porque el zumbido de las abejas tiene una frecuencia similar al de las avispas. No parece casualidad. Ambas han convergido hacia ese rasgo y hacia otros muchos similares, como su aspecto. Probablemente sea útil a ambas ser confundidas entre sí porque ambas son peligrosas. Ahorran bastante energía aprovechándose de las ventajas que eso les reporta.
Aunque las orugas son víctimas de esa confusión.
Y nosotros, gracias a la investigación de Jürgen Tautz, podemos aprovecharnos de ello.
¿Imaginas un invernadero con una maquinita que zumbe? Y orugas escapando de allí.
Pingback: meneame.net
Pingback: blogring.org