Stephen Jay Gould fue un tipo controvertido y genial. Aportó a la ciencia la posibilidad de que los mecanismos de la evolución operaran a diferentes velocidades en diferentes épocas (equilibrio puntuado, le llamó al desarrollar esta idea junto a Niles Eldredge). Aportó muchas otras ideas también. Contribuyó a que el darwinismo se enriqueciera y matizara, cambiando hacia evolucionismo, hacia Biología Evolutiva, una idea más amplia, más general.
Y ha sido sistemáticamente malinterpretado.
Testificó ante el Tribunal Supremo de los EE.UU., de modo decisivo, en el juicio que, en 1987, impidió considerar al creacionismo como teoría científica y lo recondujo al ámbito religioso. Y, aún así, fue citado por creacionistas como «científico de Harvard que está de acuerdo que la evaolución es un engaño… obligando a los darwinistas a tragar la imagen que Dios nos ha revelado en la Biblia». Escribió un artículo en el que proponía una teoría para extender (insisto, extender) el ámbito de la selección natural a los grandes grupos, más allá de la especie. Y a los grupos menores, como las células de un individuo. Pero es, frecuentemente, citado como ejemplo que avala la negación de la selección natural.
A mí me llama especialmente la atención un capítulo del libro «Brontosaurus y la nalga del ministro», recopilatorio de artículos suyos. Especialmente «La nalga izquierda de George Canning y el origen de las especies». Allí narra un suceso que supone que pudo influir sobre el capitán FitzRoy, del barco Beagle, en el que embarcó Darwin para hacer su viaje por diversos territorios. Y en el que recopiló datos sobre los que basó, más tarde, su Teoría de la Evolución. Resulta, dice esa historia, que el tío del capitan FitzRoy, que era el vizconde de Castlereagh, se suicidó en un momento de depresión. Y pudo hacerlo porque no murió antes. Sí, ya sé. Suena obvio y raro. Pero es que pudo morir antes. En un duelo. Porque estaba enfrentado a un tal George Canning, que posteriormente fue Primer Ministro británico. Poco tiempo, pero lo fue. Castlereagh y Canning se dispararon en el duelo, pero no se mataron. De ahí que Castlereagh tuviera la oportunidad de, años más tarde, suicidarse. E influir, según propone Jay Gould, en su sobrino FitzRoy. Que bien pudo tener miedo de acabar como su tío. Y como su predecesor en el cargo de capitán en el Beagle, que también se suicidó.
Con ambas influencias, bien pudo ser que se animara a acoger a un pasajero que le ayudara a pasar el tiempo durante la larga travesía. Para no pergarse un tiro. Y así fue como Darwin terminó siendo miembro de esa expedición, en la que sentó las bases de su Teoría de la Evolución.
Quizá si el tío de FitzRoy hubiera muerto en el duelo su sobrino no se hubiera sentido inclinado a contar con ningún pasajero. Darwin no habría viajado. Y su teoría no se habría desarrollado.
O no. O la hubiera elaborado a partir de escarabajos de Inglaterra.
O sí, y efectivamente, sin esos datos, Darwin nunca hubiera terminado pensando en evolución o selección natural.
Daba igual.
Porque otro gran científico, Alfred R. Wallace, desarrolló una teoría semejante a la de Darwin. Por su cuenta, aunque lo hizo más tarde que él. Si Darwin no huibera viajado, y si eso le hubiera impedido recolectar datos con los que elaborar su teoría, hoy no hablaríamos de darwinismo. Pero sí de wallacismo. De la misma manera. Y también de evolución biológica y selección natural.
Porque, dice Stephen Jay Gould, «es casi seguro que a medidados del siglo XIX se hubiera formulado y aceptado una teoría de la evolución, aunque sólo sea por la simple razón de que la evolución es cierta y de que no está tan velada a nuestra vista y a nuestro discernimiento».
Hola Jose Luis,
¿Has podido leer el suplemento de salud del pais de este fin de semana? El primer artículo no tiene desperdicio. Yo se lo pienso pasar a los de 4º
Genial José Luis, buenísima tu exposición del Wallacismo. Alguna vez he pensado sobre esta misma idea, pero jamás la podría haber contado como tu lo haces. Un saludo!
¡Hola Vicky!
No me había fijado hasta que he leído tu comentario. Montón de gracias. Llevaba dándole vueltas hace tiempo, sobre todo, a la cuestión de la epigenética y el lamarckismo. También a escribir alguna cosita del espliceosoma (respecto al dogma central). La verdad es que es un suplemento riquísimo el de este mes. ¡Qué bueno que nos hagan parte gorda del trabajo!
Un saludo y muchas gracias.
¡Hola Carlos!
Lo primero, ya voy despejándome de tiempo. Me verás con frecuencia por tu blog. Lo segundo…
¡¡¡¡gracias!!!!
y es que llevo dosis de autoestima últimamente. Pero el único mérito es desbrozar a Gould (y quedarme un ratito leyendo por la noche). Gould me gusta mucho, aunque creo que divaga demasiado. Pero está bien. Y me llama la atención que sea citado como contraejemplo de la selección natural. Así que me viene muy bien revisarlo. El argumento es todo de él. Y la selección de los párrafos es mía. Pero es que seleccionar buena fruta de la cosecha no es difícil.
De acuerdo, José Luis. Si no hubiera habido darwinismo hoy tendríamos wallacismo o cualquier otro «fulanismo» evolutivo. La razón estriba en que la coyuntura histórica que les tocó vivir a Darwin y Wallace era especialmente propicia para el surgimiento de ideas evolucionistas. A comienzos del siglo XIX, la idea de «cambio» florecía en todos los ámbitos de la vida. Grandes cambios tecnológicos (ferrocarril, maquina de vapor, telégrafo, fotografía, electricidad…), sociales y políticos (revoluciones, independencia de las Américas, aparición del proletariado como nueva clase social,…) y, muy importante, cambios en la percepción de nuestro planeta. Las expediciones científico-geográficas que se sucedían desde el siglo XVIII habían revelado una gigantesca y asombrosa diversidad de seres vivos, escenarios naturales y adaptaciones de la vida a los mismos. Con todos estos ingredientes, la aparición de personas con una mente sistémica, capaces de organizar todas las piezas del puzzle en una teoría coherente del cambio biológico, era sólo cuestión de tiempo. Si ni hubiera sido Darwin, hubiera sido Wallace, y si no, otro.
Un contraejemplo: ¿por qué «darwinismo» y no «aristotelismo»? Al fin y al cabo, Aristóteles fue un agudísimo observador del medio natural (algunas de sus observaciones sobre la conducta reproductiva de los pulpos sólo fueron confirmadas en el siglo XIX) y las islas del Egeo, por las que tanto deambuló recogiendo conchas, observando sepias y peces, bien pudieron haber sido «sus Galápagos». Sin embargo, este pensador agudo, original, minucioso y sistemático (cualidades que comparte con Darwin) no esbozó siquiera una teoría sobre el cambio de los seres vivos, a pesar de que escribió bastante sobre ellos. Tal vez Aristóteles percibiera la naturaleza a través de esquemas estáticos, como no podía ser menos en aquel momento histórico.
Todos vemos el mundo a través de unas determinadas gafas mentales e ideológicas, en cuya construcción intervienen las circunstancias sociales, culturales e intelectuales que nos ha tocado vivir.
Por cierto, ¿cómo son nuestras gafas?
Totalmente de acuerdo en que es el contexto el que va produciendo los avances, en que la ciencia y la tecnología son fenómenos sociales. Está muy bien el enfoque.
Yo creo que Aristóteles era más preso del eterno retorno que de la visión de un mundo estático. Pero en ese eterno retorno los protagonistas eran siempre los mismos.
Estaría bien pensar qué hay en nuestra forma de vivir que condiciona la ciencia. Las gafas que dices. Yo creo que lo que ahora predomina es el ansia de inmortalidad, el deseo de «vivir para siempre», nuestro cuerpo o nuestra información. Y el «creced y multiplicaos» no ha dejado de estar presente aún. Y la búsqueda de la felicidad como si la felicidad fuera un estado final, permanente, y no la búsqueda. Y sus sustitutos cuando la búsqueda fracasa: acumulación de bienes, acumulación de relaciones personales, uso de los demás como herramientas. Se me escapan cosas, seguro. Dame alguna idea más.
Probablemente la neurobiología es la ciencia que va a revolucionar el futuro, a través de cambios en nuestras gafas. Y también creo que la contabilidad es una ciencia clave. Porque es la que pone valor a las cosas. Creo que contar con un filósofo, de formación neurobiólogo, que sepa de contabilidad, sería fabuloso. Pero nos tendremos que contentar con gente que sabe sólo de su parcela y, de vez en cuando, charla con otros.