Un cristal es una organización de los átomos en los que la ordenación es completa. Todos los átomos están ordenados, sin excepción (bueno, exagero, pero para lo que quiero contar prefiero exagerar), a distancias fijas (cada uno a la suya, puede haber varias distancias; pero todas fijas) y direcciones concretas (lo mismo que las distancias, pueden existir varias direcciones). Es decir, que si sé dónde hay un par de átomos, sé dónde están todos. No hay sorpresas (mentira, que sí las hay, sí hay irregularidades, pero eso, eso es otra historia).
Un vidrio es todo lo contrario. Es una organización de los átomos en la que no hay ningún orden. Cada átomo está en un sitio independientemente de dónde estén los demás. Aunque sepas donde están millones de átomos, eso no te da ninguna información sobre el un millón uno. También se dice que tiene textura amorfa (sin forma).
Los minerales, o están hechos de cristales o están hechos de vidrio. Y las rocas están hechas de minerales.
¿Y nosotros? ¿Y los seres vivos? ¿Cómo están puestos nuestros átomos?
Pues estamos ordenados.
Más o menos.
Pero…
No tenemos un único orden, sino múltiples (no infinitos, pero sí muchos). Y además, podemos cambiar entre un orden y otro. Y también tenemos un poco de caos, de desorden. Porque tenemos agua. Y el agua es un líquido que combina orden y desorden (eso te lo contaré otro día, con más calma).
Así que nosotros estamos en medio, entre vidrios y cristales. Somos orden que cambia y que tiene trozos de desorden. Y además, podemos tener ordenaciones muy complejas, que se crean con mucho gasto de energía. Las ordenaciones de los minerales son más simples, tienen menos energía.
Y, por si fuera poco, podemos decidir nuestros órdenes. Podemos decirle a un átomo «cambia de sitio y vente para acá» (sigo exagerando, los átomos son sordos). 😉