Tunguska

Árboles de Tunguska

El suceso de Tunguska consistió en una explosión de un bólido de unos 40 m de diámetro, que entró en la atmósfera a unos 55.000 Km/h, con lo cual se comprimió y calentó por rozamiento con el aire. Hasta unos 25.000ºC. La potencia de tal explosión equivalió a 185 bombas como la de Hiroshima. Pero no hubo impacto. Porque su enorme masa (10 millones de Kg) se pulverizó en la explosión en su casi totalidad. De ahí que no existiera cráter, ni se hayan recuperado restos. Porque la explosión sucedió (es la hipótesis más probable) en la atmósfera, a unos 8.500 m de altitud. Fue de tal calibre que se notó con fuerza incluso a 65 Km de distancia. Y la sacudida derribó a personas al suelo hasta a 400 Km alrededor.

Esto te lo cuento por si alguna vez dudas de que el aire tiene masa. Que se lo pregunten a un ciclista. O al bólido que explotó en Tunguska.

Todo ello se ha calculado a partir de los datos de extensión del daño. Un área de unos 25 Km de radio en la que sólo quedaban árboles derribados de forma radial, convergiendo hacia un centro común. Y descortezados. Imagina qué fuerza debió arracancarles su tejido externo.

En Google Earth puedes ir a esa posición. Pero no esperes mucho ha pasado un siglo y el ecosistema se ha restaurado.

¿Y para qué saber todo esto?

Explosión atmosférica de meteorito

Porque es un fenómeno relativamente frecuente. No un tamaño como el de Tunguska, eso no. Pero que entren meteoritos de hasta 25 m de diámetro, y que exploten en la atmósfera, sí sucede con frecuencia. Unos 25 al año, como han detectado los sistemas militares de vigilancia de explosiones nucleares. Uno como el de Tunguska es mucho más raro. Uno cada 300 años. Tenemos pocas noticias de fenómenos parecidos porque la probabilidad de que suceda sobre el mar es algo superior al doble de que ocurra sobre tierra firme. Pero la humanidad conocerá, en el futuro, algún suceso como el de Tunguska. Seguro. Más tarde, más temprano. Y meteoritos de ese tamaño no sabemos detectarlos con suficiente anticipación. Ni podemos calcular el lugar en el que explotarán con seguridad. Lo que sí sabemos es que son capaces de devastar áreas puntuales. Pequeñas, claro. Comparadas con el tamaño del planeta.

Pero para los habitantes de esos lugares, dará igual. Les habrá llegado su hora.

Eso abre un tema. ¿Merece la pena gastar dinero en blindar, proteger las casas frente a un suceso tan extremadamente raro, pero tan peligroso? Lo normal es que nadie, en el transcurso de su vida, lo observe. Lo más probable es que el siguiente suceda sobre el mar o en una zona deshabitada.

Bueno. Eso es una cuestión política. Porque la ciencia no llega ahí. La ciencia describe. La ciencia explica. Y luego está la toma de decisiones. Que con mejor ciencia es más buena. Pero que no es ciencia.

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