Sigo leyendo Investigación y Ciencia. Y siguen gustándome muchas cosas de esa revista. De la revista. De su página web no me gusta nada.
Me ha impactado un artículo de Rakesh K. Jain publicado en el número de marzo de 2008. Había leído otros suyos, por lo que me esperaba mucho de éste. Y así ha sido. Me ha contado cómo ya se están cosechando algunos resultados combinando terapias tradicionales contra el cáncer con otras más novedosas, diseñadas a partir de deducciones, no de ensayo y error. Creadas a partir de saber qué es el cáncer, no probando una sustancia a ver qué pasa.
Jain se remonta a la primera observación que le llamó la atención. En 1974 buscaba cuánto fármaco administrado se quedaba dentro de un tumor. Para eso habían creado un circuito artificial, conectando una masa celular cancerosa mediante una arteria y una vena, al sistema circulatorio de una rata a la que se administraba la medicina. Se percató de que la mayor parte de la sustancia inyectada ni siquiera llegaba al tumor. Y la que llegaba se repartía muy desigualmente, con muchas zonas en las que no entraba. El tratamiento no estaba llegando a su destino. Muchas células tumorales sobrevivirían y el paciente, aunque mejorase transitoriamente, terminaría falleciendo. Las décadas que han seguido las ha dedicado Jain a comprender por qué.
Desde el principio se centró en la red de vasos sanguíneos que alimentan el tumor. La fabricación de vasos sanguíneos se llama angiogénesis y los tumores tienen que hacer angiogénesis si quieren crecer. Necesitan tanto más alimento cuantas más células hay. Jain fue descubriendo que la red capilar de un tumor es una estructura muy desorganizada, lejos de la jerarquía de diámetros que presentan en situaciones no patológicas. Hay vasos estrechos, seguidos de otros más anchos, y de nuevo más estrechos. Sus bifurcaciones suelen crear patrones de flujo irregular, incluso revertir la dirección en la que avanza la sangre. Y sus paredes son más delgadas o más gruesas de lo normal. Con lo que la sangre sale con demasiada facilidad, hinchando el entorno de plasma, de líquido intersticial, o no sale apenas. Al salir ese plasma en tanta cantidad que no se evacúa con facilidad, impide la salida de más plasma sanguíneo.
La irregular red de vascularización de un tumor tiene relación con la inflamación que acompaña al cáncer y con alguna de sus hemorragias internas. Además, ese plasma que ha rezumado, que baña al tumor, crea las condiciones para que células desprendidas viajen, vía linfa, a otras localizaciones, fundando metástasis. Aún más. Como el escape de tanto plasma impide que salga nuevo plasma, portador del fármaco administrado, eso dificulta el tratamiento.
Una terapia obvia era atacar los vasos sanguíneos para cortar el flujo de alimentos hacia las células cancerosas. Pero resultaba que, de todas formas, las células cancerosas viven en hipoxia y acidosis. Por el irregular riego sanguíneo. Justo las condiciones que impiden que actúen las células del sistema inmune. O que actúen fármacos que dependen del oxígeno. Parecía que se desvanecía una esperanza. Sin embargo, esas medicinas iban a tener su oportunidad. Probablemente la tengan en el futuro.
Porque algunos de ellos, en vez de dañar los vasos sanguíneos los reparan.
Es verdad que así le llega más alimento al tumor. Pero también más fármaco, y más células inmunitarias para atacarlo.
Cómo sean los vasos sanguíneos va a depender del equilibrio entre varias sustancias que fabrican las células tumorales. Entre ellas destaca VEGF, potente factor angiogénico (formador de vasos). Hay fármacos que bloquean la acción del VEGF y de otros como él (en general son anticuerpos específicos). Uno de ellos, Avastin, ya fue aprobado en 2004. Se comprobó que por sí solo no mejoraba la supervivencia. Pero combinado con quimioterapia sí que prolongó la vida de los pacientes afectados en el tipo de tumor ensayado (cáncer colorrectar avanzado). ¿Cómo era eso posible, si se suponía que al bloquear el VEGF destruía los vasos sanguíneos? Porque realmente, los vasos que destruía eran los anormales. Con lo que el flujo sanguíneo hacia el tumor mejoraba, se normalizaba. Y, por tanto, el acceso del fármaco.
No todo son ventajas. Ni mucho menos. Al mejorar el riego el tumor puede crecer. Por eso no funcionaba bien sin quimioterapia. También sucede que al cesar el tratamiento vuelven a crecer vasos anormales y se restablece la situación anterior. Además, los tumores se vuelven resistentes ya que compensan la falta de VEGF con la producción de otras sustancias alternativas, y el fármaco deja de tener efecto. Y por último, está el problema de los efectos secundarios.
Hay, por tanto, que establecer cuánto tiempo actúa, durante cuanto tiempo está abierta la ventana a la llegada de fármacos, cuantas veces se puede normalizar el riego de un tumor antes de que se desarrolle resistencia, cuál es el momento adecuado a lo largo de la evolución del cáncer, etc.
De fondo, lo que hay es una mejor comprensión del cáncer. Se ve que es un proceso evolutivo, sometido a selección darwiniana. Los tumores que se desarrollan parecen ser los que encuentran el rango justo entre producir la suficiente aberración en los vasos que los alimentan para impedir el ataque del sistema inmune, pero que la aberración no sea tan grande que les impida crecer. Eso nos permite comprender el tumor más como una organización que como un amasijo de células. Y atacar esa organización, saber fuera de qué limites tiene dificultades, es una de las claves para vencer el cáncer.
Y si el tumor es una entidad organizada, es necesario conocer cómo es su estructura. Principalmente la de los vasos sanguíneos que lo alimentan. Porque los fármacos tendrán que salir de la red capilar para llegar hasta las células cancerosas. Por los poros del endotelio vascular. Cuyo tamaño puede variar en función del estado del tumor, de cuantas células haya, de cuánto VEGF y otros productos similares estén sintetizando. Bloqueando el paso de los fármacos si su tamaño es superior. Luego el tamaño molecular de los antitumorales importa.
No es un trabajo sencillo.
Pero es una vía que, dentro de algún tiempo, puede ser muy fructífera. Espero que poco. Dicen que está más cerca de lo que creemos. Ojalá.
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