Los anfibios es el grupo que peor lo lleva desde el punto de vista evolutivo. En los últimos 30 años habrían desaparecido, como mínimo 122 especies. ¿Eso es mucho o poco? Del total de 6.000 especies censadas no parece mucho. Pero en 30 años, de seguir ese ritmo…
Hay una idea más o menos clara de qué está pasando. Y es una conjunción de circunstancias. Entre ellas, destaca un hongo parásito. Llamado quitridio. Su nombre real es Batrachochytrium dendrobatidis. Bueno, muchas especies sufren el parasitismo de hongos y no se mueren por ello. Pero los anfibios son especialmente vulnerables por su piel. Por su piel que funciona como un pulmón. Por su piel que, húmeda, disuelve aire y lo pasa a la sangre. Por su piel que respira. Deterioros en la piel de los anfibios equivale a asfixiarlos.
Piensa que nosotros tenemos piel húmeda que hace el mismo papel, pero que está por dentro. Se llama pulmones. Ellos, los anfibios, también tienen pulmones. Pero no son tan eficientes como los nuestros. Por eso muchos de ellos viven en medios acuáticos. No todos, pero sí muchos.
¿Tan agresivo es el quitridio? Es tremendo. Llega a un sitio, comienza a parasitar y, en tres meses, la mitad de las especies de anfibios han desaparecido.
¿Pero por qué ahora? ¿De dónde ha salido el quitridio de pronto? Pues sí, ha salido de pronto. Pero estaba allí, en África, desde hace mucho tiempo. Lo que ocurre es que hay una rana, la rana africana de uñas, que se ha empleado para la prueba del embarazo. Basta con inyectarle orina femenina para que, si contiene hormonas propias de la preñez, la rana ponga huevos. Pues esa rana es atacada por el quitridio, pero a ella no la mata. Ella está adaptada y resiste con vida a su parásito. Pero lo porta, lo lleva consigo, sobre su piel ligeramente enferma. Y al mover a esa rana por todo el mundo hemos repartido el quitridio por todo el planeta. Hemos sellado el destino de, hasta ahora, 122 especies. Y probablemente 500 más en los próximos 50 años.
Podemos hacer algo. Podemos invertir en anfibios lo que gastamos en elefantes. O mejor, tanto como en elefantes. Con el gasto que supone cuidar un elefante al año, un zoológico, o acuario, o jardín botánico, o cualquier institución dedicada a la conservación, podría mantener las instalaciones requeridas para salvar a una especie en peligro de extinción. Con 100.000€. Salvar 500 especies supondría 50.000.000€ anuales. No se trata de dedicar ese dinero a anfibios o a elefantes. O al hambre mundial. No se trata de crear falsas disyuntivas. Se trata de buscar dinero para cosas importantes. Salvar una especie lo es. Otro día te lo cuento con detalle. Pero salvar una especie es salvar una pieza de una maquinaria muy precisa, los ecosistemas. Y, créeme, ese precio no es gran cosa. No comparado con lo que hemos gastado en fastidiar los ecosistemas. No comparado con lo que nos ahorraríamos si los ecosistemas funcionaran bien. No comparado con 50 viviendas de lujo. Con un euro al año, una población como la de España lo lograría.
Salvar a todas, todas las especies conocidas de anfibios en peligro de extinción.
Salvar especies de anfibios de esa manera supondría una especie de arca de Noé. de pequeñas arcas distribuidas por todo el mundo y dirigidas por Kevin Zippel. No podríamos liberar especímenes en su sitio original porque puede estar contaminado con quitridio. En todo caso, cada cierto tiempo, cuando haya especímenes de sobra en el lugar de conservación, se puede probar. Y si sale bien, llevar a cabo repoblaciones. Y si no, esperar.
Esperar a que llegue una paloma con una ramita de olivo. Que diga que las cosas van mejor.
Qué bueno Jose Luis, me ha encantado este post, es a la vez científico y poético. 😉
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