Entró en el agua y avanzó. Porque eran las nueve de la mañana de un día espléndido; con la temperatura exacta en el aire y en el mar. Entró en el agua y se relajó escuchando el levísimo oleaje que rompía diez metros a su espalda y a la altura de su nuca. Tan leve que sólo el sonido lo hacía real.
Pasaron tres o cuatro minutos de disfrute, de bienestar. Y entonces llegó. Esa pequeña punzada de inquietud que trajo un recuerdo y estropeó su calma. Porque, en un escenario parecido, la película que vio la noche anterior desataba el horror y la muerte para todos los personajes.
Por supuesto, no pasó nada de eso. Ni de eso ni de nada. Las olas siguieron rompiendo, a su ritmo, muy suaves. Y el sol brillando. En el escenario real no ocurrió nada terrible. Pero en la mente, por una décima de segundo, sí. La mente perdió por un momento la sensación de calma, asesinada por la la industria de Hollywood, a causa de aquella transferencia estúpida procedente del cuento, irreal, increíble, que le fue narrado anoche por una pantalla. Una transferencia que le estropeó una olita. Y la siguiente.
Y entonces pensó…
Nuestras vidas están repletas de relatos. Unos los creamos nosotros, individualmente. Otros los crean los grupos a los que pertenecemos: familia, entorno laboral, grupo o clase social. Otros más nos son dados globalmente por gente que tiene el poder suficiente para extender esos relatos a todo el mundo, gente que ha pensado cómo construirlos organizadamente y, sobre todo, para qué hacerlo. En esos relatos hay contextos y modos de afrontar los contextos. Muchos de ellos normales, otros no, otros absolutamente inverosímiles. Contextos extraordinarios en los que jamás hemos estado y en los que nunca estaremos. Asociados a comportamientos tan extremos como los contextos.
Y entonces pensó…
Si yo fuera poderoso y quisiera que la gente hiciera lo que es útil para mis intereses, si pretendiera manipular, haría dos cosas. Primera, inventar escenarios inverosímiles y conectarlos con otros escenarios muy familiares, para que esos posteriores, reales, prestaran credibilidad a los anteriores, irreales. Segunda, asociar los comportamientos que deseo que tenga la gente con los escenarios increíbles. Así, una cosa (lo familiar) lleva a la otra (lo increíble y lo manipulado). Insistiendo en esas dos cosas, poco a poco, relato a relato, repitiendo el mismo con formatos diferentes, diseñaría qué arquetipos conformaran el inconsciente colectivo de esa generación, moldeado a mi gusto, con el abanico de arquetipos deseados promovidos y no deseados olvidados. Con el miedo de protagonista. Siempre. En todo. Dominaría el pensamiento de la gente. Pensarían lo que mis relatos les hicieran pensar.
Y entonces pensó…
Que la escuela no hace nada. Que el sistema educativo ha renunciado a la narración, a los contextos, a la interconexión. El detalle no es la alternativa a todo eso. Es la excusa. El objetivo no es el detalle, es la ablación del relato. Y con él, el del aprendizaje. Para así poder transferir ese aprendizaje a entornos más controlados, más fácilmente manipulables. Que la escuela no hace nada por devolvernos nuestra libertad, por ayudarnos a decidir cuáles son los relatos que forman parte de nuestra historia, cuáles los que queremos que nos inspiren. Que la escuela ha dimitido y deja los relatos a los ricos y poderosos. Que el sistema educativo ha traicionado a los que dice servir.
Y entonces pensó…
Que era terrible que un simple relato hubiera convertido una leve olita en una amenaza en su mente. Que era terrible perder la calma, aunque fuera muy poco por muy poco tiempo. Hoy más que nunca el relato, la narración, es resistencia. A que te quiten una décima de segundo el placer del agua y el sol. Pero también resistencia de docentes mientras educan y acompañan, resistencia de alumnado mientras aprende, resistencia de familias mientras observan e intervienen. Resistencia a la que está invitada la Administración, si quiere, mientras genera escenarios.
Relatos y narraciones preñados de libertad, igualdad y fraternidad. Porque ese es nuestro punto de encuentro y porque todo esto pasó un 14 de julio.
Qué bueno eres creando escenarios, y la vida en ellos.
¡Gracias Sara! Me hace feliz intentarlo. Lograrlo… Lograrlo ya es la hostia…! 😀