Nos acostumbramos a todo. Al final, somos una especie muy adaptable, que examinamos las condiciones nuevas mediante nuestra conciencia, determinamos qué respuesta es más adaptativa, examinamos el ajuste entre nuestra respuesta y la situación que la motivó, y automatizamos. A partir de ahí, dejamos de prestar atención. Nuestros sentidos no están permanentemente activos. Sería un gasto enorme. Más bien, están en una actividad de espera, pendientes de lo que consideran una novedad. Porque somos una especie tremendamente ahorrativa, que lo ha pasado muy mal.
Por eso necesitamos cafeína si trabajamos en entornos cambiantes, pero por sorpresa, en los que los picos de actividad aparecen inesperadamente. Por eso la rutina nos aburre. Por eso, al dormirnos con la radio puesta y despertar levemente antes de caer definitivamente en el sueño, hay momentos en los que nos damos cuenta de que, a pesar del volumen, habíamos dejado de escuchar.
Me acabo de dar cuenta de que le he quitado gracia al chiste. ¡Qué torpe soy!