Una mala noticia para nosotros y buena para las moscas. El mecanismo con el que cuenta una mosca para aprender es similar al que tenemos los humanos. Visto desde el punto de vista de la mosca, está bien ser como nosotros. Visto desde nuestro punto de vista, no es agradable ser como moscas, no para una especie que se precia de su inteligencia.
Su sistema consiste en un mecanismo de ensayo y error residente en un área cerebral no preprogramada. Es decir, en una región de su mínimo cerebro en la que no existen conexiones neuronales previstas, innatas, creadas durante el desarrollo de su cuerpo. No es una región como la de los reflejos, en las que las conexiones entre neuronas están hechas ya al nacer, durante el desarrollo. Es un lugar en blanco, en el que las conexiones se establecen a lo largo de la vida de la mosca.
¿Cómo es posible decir que una mosca es inteligente? ¿O que tiene ese tipo de inteligencia, capaz de aprendizaje por ensayo y error? Con un experimento muy creativo.
Se ha sabido estudiando como guían su vuelo. Aunque aparentemente errático, en realidad responde a estímulos aprendidos y no instintivos. Se dirigen hacia señales predictivas. Es decir, hacia señales que les indican que hay algo bueno. Aunque la señal no sea buena en sí misma. Y, lógicamente, también rehuyendo señales que predicen una sensación desagradable, aunque tampoco sean desagradables por sí mismas.
El experimento, llevado a cabo por Reinhard Wolf, del Instituto Ramón y Cajal de Madrid, ha consistido en situar una mosca en un simulador de vuelo. Una vez allí, enseñarle a asociar estímulos convencionales, como una T, o una M, a sensaciones agradables o desagradables.
El tal simulador consiste en cinco elementos. Uno, un alambre que fija a la mosca pero le permite mover las alas. Otro, un simulador de panoramas, cambiante, que le muestra a la mosca los estímulos convencionales que te he dicho (unos que predicen algo bueno y otros que predicen algo malo). También hay un cableado que percibe los cambios en el aleteo de la mosca a partir de sus músculos. Esos cables se conectan a un ordenador que interpreta esos movimientos y los traduce a cambios en el panorama proyectado, puesto que la mosca está fija al alambre y, como no puede girar ella, debe hacerlo la imagen. Y una serie de electrodos conectados a la cabeza de la mosca con la que se le suministran sensaciones agradables o desagradables para que la víctima (perdón, el animal de experimentación) asocie un determinado panorama, color o intensidad de la luz, con algo positivo o molesto.
Con todo eso, se ha visto que el cerebro de la mosca cuenta con una región (órgano setiforme) equivalente a nuestro hipocampo. En esa región se establecen asociaciones aprendidas durante la vida de la mosca. Dichas asociaciones le permiten predecir. Pero además, es una inteligencia adaptativa: si se percibe que la asociación cambia, las conexiones nerviosas se readaptan. Con moscas KO (modificadas genéticamente con algún gen dañado que les impide una función, en este caso crear esa estructura cerebral), con moscas KO decía, se ha verificado que es esa la estructura implicada y no otra. Porque tenían deteriorada la región y el experimento no funcionaba en ellas.
Este tipo de inteligencia es muy diferente de los automatismos que muestran las hormigas (aunque puedan ser dar resultados muy complejos, tanto que están sirviendo como modelo para programas de software que usan bancos para buscar clientes) o las arañas (una araña que está tejiendo una tela, cuando es retirada de su sitio y puesta en otro, sigue como si tal cosa, como si no se la hubiera interrumpido).
¿Utilidad práctica? Muchos aparatos robotizados cuentan con sistemas de dirección programados, pero no pueden aprender de situaciones nuevas. Quizá un mecanismo de aprendizaje miniaturizado como el de la mosca sea buen modelo para crear dispositivos de navegación inteligentes para aparatos mecánicos.