Sitúate en el siglo XIV, p.ej. (o en el VI, como te dé la gana). ¿Te imaginas que te caiga una piedra del cielo? ¿Es que hay piedras en el cielo?
Los meteoritos han desatado históricamente gran perplejidad. Hasta que con telescopios encontramos piedras en el cielo. Y entonces les llamamos asteroides y cometas. Y cuando caen les llamamos meteoritos.
Un meteorito es un asteroide o un cometa incompleto. Incompleto porque le falta el material que ha perdido al rozar con la atmósfera terrestre en su entrada. Y aún así aporta mucha información. Porque muchos de ellos (no todos) han viajado por el espacio desde que se crearon, en los momentos de formación del sistema solar. Sin cambiar. No mucho, quiero decir. Son testigos de otras épocas.
Hay diversas clases según su composición química (hay otros modos de clasificarlos, pero, para lo que interesa ahora mismo, este es el que importa). Destacan las condritas, formadas, sobre todo, por piroxenos y olivino (silicatos). En esa matriz de silicatos pueden ir inmersos cóndrulos (granitos de material de diversas clases, incluidos compuestos de carbono, incluso orgánicos como aminoácidos y azúcares) e inclusiones refractarias (de feldespatos sobre todo). También hay meteoritos metálicos, ricos en materiales más densos, como hierro y níquel.
Los meteoritos cuentan una historia más allá de su composición química. Dicen cómo evolucionó el campo magnético del sistema solar (algo muy importante para explicar el origen de los planetas), qué temperaturas hubo, qué dinámica siguió el Sol (cuánto brillaba, qué partículas emitía). Todo eso lo logramos a partir de datos de su estructura. P.ej., hay meteoritos que se llaman condritas equilibradas, en los que la composición homogénea sugiere procesos de calentamiento a causa de interacciones con el campo magnético del Sol. O las acondritas, que son trozos de otros lo suficientemente grandes como para los materiales se fundieran y se separaran en capas ligeras (manto) y densas (núcleo).
No todos los meteoritos proceden de esa época. Muchos son secundarios, arrancados a otros planetas por choques de otros meteoritos. Proceden sobre todo de Marte y de la Luna, que dejan escapar muchos de ellos por su reducida gravedad.