Spoiler (pequeño): te dejo una moraleja para tu vida en el último párrafo.
El actualismo dice que en la historia de la Tierra suceden constantemente pequeños cambios. A todas horas, en todo minuto, en cada segundo. No a la misma velocidad, no con la misma intensidad, pero sí de la misma naturaleza. Una gota golpea el suelo, el viento sopla sobre los granos de arena, los ácidos desprendidos de hojas en descomposición atacan las partículas minerales del suelo. Esos eventos pequeños cambian, día tras día, a lo largo de mucho tiempo, la superficie de la Tierra. Y la vida que hay en ella, que tiene que adaptarse a cómo suceden, cuánto suceden, dónde suceden. A cambios en su intensidad, periodicidad, ubicación, pero no a ellos en sí, porque siempre están.
Pero hay otros eventos que no suceden constantemente. Lo hacen, en cambio, a pulsos, ocasionalmente. Los hay recurrentes, regulares, que siguen un patrón; otros resultan aleatorios. Estos eventos son catástrofes porque no fomentan adaptación de la vida, son catástrofes porque producen cambios repentinos en direcciones inesperadas con una intensidad colosal, que a algunos seres vivos con suerte les vienen bien, o no tan mal, y que otros no pueden soportar. Estos eventos cambian la Tierra de modos que no sucedían el día antes de que ocurrieran, de formas que no se darían el día después de que cesaran.
Estas catástrofes, intensas, son raras y dejan huella; y las catástrofes muy intensas son muy raras, y dejan más huella aún.
Por contra, los cambios constantes, actualistas, no dejan mucha huella. Porque otros cambios los borran. No es que no se puedan detectar, claro. Pero es que, al ser cambios pequeños, graduales, si el tiempo desde que sucedieron es largo, es probable que en ese entretanto haya aparecido un cambio algo mayor que borre la marca que dejaron, que los sobreescribe. Cuanto más tiempo pasa, menos se notan en el registro histórico de la Tierra, que son las rocas.
Las catástrofes dejan huella porque algunas son tan intensas que, aunque pase mucho tiempo, y muchos cambios durante él, no llega su recuerdo a ser borrado del todo. Esos eventos, profundos, sirven para dividir en eras el tiempo geológico. Que es un tiempo discontinuo porque hay trozos de él (la mayoría) que desconocemos, que se borró. Y que es un tiempo desigual porque de las eras más remotas sólo nos queda el recuerdo de las catástrofes más grandes, más intensas; esas que son raras y que solo pasan escasas veces. Por eso las eras más antiguas son más largas que las más modernas, porque no tenemos datos para dividirlas mejor. Esa mayor duración de una era refleja desconocimiento, no saber qué pasó.
Un tipo de eventos catastróficos son los supervolcanes. Realmente ese no es un término científico, pero sirve para describir erupciones que son unas 1.000 veces más potentes que las habituales.
El mecanismo de los supervolcanes se ha terminado de desentrañar hace poco. Resulta que el magma caliente, procedente del manto, que intruye en la corteza, más fría, pierde temperatura poco a poco en ella y termina cristalizando, por lo que no erupcionará. No se puede formar un supervolcán sin antes calentar la corteza durante tiempos superiores a un millón de años. Solo entonces estará preparada para admitir grandes masas de magma sin que se enfríen. Esta aportación, de magma y calor, tiene que ser constante. Por tanto, debe haber, en el manto, grandes reservorios de magma caliente, que no pierdan su temperatura fácilmente (gracias a su tamaño), y que transmitan ese calor, y parte de su material, poco a poco, durante largo tiempo sin cesar. Y así, ese reservorio del manto, madre, creará en la corteza reservorios hijos de magma capaces de, tras acumular lentamente presión y temperatura, llegar a erupcionar con gran intensidad.
O sea… Que detrás de muchas catástrofes (no de todas) también hay cambios pequeños. Más bien, muchas catástrofes no son eventos raros, sino que las consecuencias acumuladas de cambios pequeños, constantes, que no se perciben hasta que, superado un punto de ruptura, se manifiestan repentinamente. Y les llamamos catástrofes. No porque no sepamos que van a pasar, sino porque no sabemos cuándo van a pasar y la naturaleza transcurre como si no fueran a pasar (es lo lógico, no es posible adaptarse a un evento que tiene lugar cada varios miles o decenas o cientos de miles de años).
Como en la vida misma, ¿no? 🙂 😉
Para acabar: te dejo el resumen (abstract) del artículo que ha alimentado este post.
Magmatic processes on Earth govern the mass, energy and chemical transfer between the mantle, crust and atmosphere. To understand magma storage conditions in the crust that ultimately control volcanic activity and growth of continents, an evaluation of the mass and heat budget of the entire crustal column during magmatic episodes is essential. Here we use a numerical model to constrain the physical conditions under which both lower and upper crustal magma bodies form. We find that over long durations of intrusions (greater than 105 to 106 yr), extensive lower crustal mush zones develop, which modify the thermal budget of the upper crust and reduce the flux of magma required to sustain upper crustal magma reservoirs. Our results reconcile physical models of magma reservoir construction and field-based estimates of intrusion rates in numerous volcanic and plutonic localities. Young igneous provinces (less than a few hundred thousand years old) are unlikely to support large upper crustal reservoirs, whereas longer-lived systems (active for longer than 1 million years) can accumulate magma and build reservoirs capable of producing super-eruptions, even with intrusion rates smaller than 10−3 to 10−2 km3 yr−1. Hence, total duration of magmatism should be combined with the magma intrusion rates to assess the capability of volcanic systems to form the largest explosive eruptions on Earth.