Es verdad, la Tierra es un planeta minúsculo. Pero no es un planeta trivial. Cuenta con una serie de características peculiares. No únicas, pero nada frecuentes.
Para empezar, se aloja en la región de habitabilidad planetaria, la franja del plano de la eclíptica que permite temperaturas compatibles con la existencia de agua líquida en la superficie.
Posee una órbita elíptica poco excéntrica, que nunca la saca de la región de habitabilidad. Un 5% más cerca del Sol evaporaría los océanos. Un 5% más alejados y se congelarían.
Su tamaño no es tan grande que la gravedad suponga un gasto energético excesivo para las formas terrestres ni tan pequeño que no haya sido capaz de retener una atmósfera de suficiente densidad.
Su campo magnético es notable, promovido por la convección del material que conforma el núcleo externo líquido. Y eso protege a las biomoléculas tanto de la radiación estelar como de la radiación cósmica de fondo, capaces de disociarlas.
La Tierra cuenta con un satélite de gran tamaño. Si no viviérmos aquí, lo consideraríamos un planeta doble. La influencia de la Luna estabiliza el eje de rotación, de modo que no se generan diferencias térmicas extremas en superficie.
La presencia de Júpiter a la distancia a la que está protege a los planetas interiores de un mayor bombardeo cometario.
No parece existir en ningún otro cuerpo planetario del Sistema Solar una estructura similar a la corteza.
Existen sistemas químicos autorregulados y autorreproducibles.
No. Definitivamente somos un punto en el Universo, pero no cualquier punto.