En tiempos de crisis estamos oyendo que hay que recortar los gastos. Nadie duda eso. Yo, al menos no. entre otras cosas, porque un gasto menor es más respetuoso con el medio ambiente. Esta crisis le vendrá mal a mucha gente, es cierto. Fundamentalmente a los que consumen y a los que trabajan para los que consumen. Pero a muchos otros les viene fantásticamente bien. A aquellos cuyos recursos son expoliados. A los que el consumo de los privilegiados les supone contaminación o pobreza a ellos. No, no es una crisis mala para todos.
O sea, que es tiempo de recortar gasto, sí. Pero los hay que confunden gasto con inversión. Y a la inversa. Sólo así se entiende que se diga, sin pestañear, que comprar una casa es una inversión y que estudiar el universo es un gasto. Que abrir una tienda de bisutería sea una inversión y que la educación sea un gasto. Que recalificar terrenos en la primera línea de costa sea generar riqueza y que mejorar la salud de los desnutridos sea consumir recursos.
No entendemos nada de nada, me temo.
Hay que recuperar la palabra inversión para la ciencia.
Pero hay una dificultad. La riqueza que genera la ciencia básica tarda en verse. Tienen que descubrirse cosas, tiene que llegarse a conocimiento. Eso es lento. Luego, ese conocimiento debe convertirse en tecnología posible. Finalmente, esa tecnología debe alcanzar la rentabilidad, debe producir ingresos a quien la produce y ofrecer servicios que merezcan la pena a quien la adquiere. Por cierto, que yo creo que a esto le falta un pasito más. Y es que la rentabilidad personal de la tecnología debe ser compatible con su rentabilidad social.
Escucha a Brian Cox, que te lo cuenta mucho mejor que yo (subtitulado en inglés). Que te dice que cada objeto que hoy usas tuvo su origen en algún descubrimiento de la ciencia básica, que no estuvo pensado para desarrollarlo, pero que lo fundamentó. Hoy estamos creando el mañana. El mañana no es un gasto, es una inversión.
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