Si recuerdas, en «Hipótesis y teorías científicas (intentando clarificar)«, el método científico te indicaba que sólo podíamos conocer lo que no funciona. Bien por la vía de refutarlo (mediante experimentos se desmiente que eso sea cierto), bien por la vía de la anomalía (aunque algunos experimentos indiquen que algo podría ser cierto, no encajaría con todo lo demás).
¿Y, entonces, qué criterio empleamos para verificar que algo no funciona? Mirar, oler, tocar, gustar, oír, pensar… No, con eso ya no basta. Puede que en el pasado sí, pero hoy no. Porque hoy nos preocupamos por cuestiones que son de mucho detalle o muy complicadas. Ya no observamos con los sentidos, no. Eso es cosa del pasado. Nuestras capacidades se han quedado tan cortas que necesitamos instrumentos y un sistema lógico más riguroso que nuestro mero pensamiento (las mátemáticas).
Tan complejo es lo observado que nace la necesidad de interpretar. Y es que los resultados de los experimentos no son claros, definitivos, netos. No lo son para nada. No son blancos o negros, no. Hoy, a las conclusiones no se llega por un único resultado, sino que los experimentos suelen incluir muchas, muchas, muchas mediciones. Y no todas salen igual. Algunas, por azar, podrían coincidir exactamente con lo que se buscaba; y otras ser totalmente contrarias, también por azar. Incluso podrían aparecer resultados a favor y en contra a la vez, en el mismo experimento.
Además, y esto es muy importante. Está la simplificación. En las investigaciones no se reproduce exactamente la realidad, que es muy compleja. Sería muy escaso el número de cosas que podríamos estudiar si intentáramos experimentar con fidelidad. No, no, los estudios de hoy son versiones muy simplificadas de la realidad. En ellos quitamos factores con la esperanza de que, sin perder mucha exactitud, se pueda facilitar (y abaratar) el conocimiento científico.
Así que el método científico dejó de ser algo exacto hace mucho tiempo, si es que realmente lo fue alguna vez. Y sus conclusiones tampoco son exactas.
¿Cómo nos podemos fiar entonces de la ciencia, si lo que produce contiene incertidumbre? Pues gracias a la estadística y a los paradigmas.
La estadística es una ciencia que te da ideas acerca de cómo es algo muy grande o muy complejo observando sólo una parte. Y te dice también la probabilidad de que las conclusiones a las que has llegado estén equivocadas.
¡Ojo! Que la estadística se puede usar de muchas maneras, buenas y malas. La estadística te dice qué probabilidad hay de que algo que tú preguntas sea cierto. P.ej., qué probabilidad de que haya una relación entre A y B. ¡Pero ojo! Que tú puedes preguntar una tontería sin sentido. O usar una técnica estadística (hay muchas) en vez de otra sólo porque sabes que te va a dar la respuesta que buscas. O tratar de inventar la realidad para que encaje con la estadística.
Sin la estadística no se va a ninguna parte, pero sólo con ella tampoco. Y es que una vez que una ideas ha pasado ese filtro, hay que dar un paso más. Hay que verificar que encajen bien con todas las demás cosas que creemos que sabemos. O sea, con los paradigmas.
Pero por el encaje es un doble examen. Cuando se hace un experimento, sus resultados van más allá de comprobar una mera hipótesis. En cada experimento está en juego toda la realidad. Porque de una nueva investigación puede surgir una idea que no encaja, que no se adapta bien a lo que ya sabemos. Bueno, si es solo una…, pues podemos considerarla una anomalía. Algo desconocido falló, no estuvo bien diseñado el trabajo… Pero si una y otra vez surgen anomalías, es que algo se nos ha pasado y es necesario repensar muchas cosas. Como ves, la idea de paradigma es muy poderosa. Porque la acumulación de anomalías puede tumbar muchas ideas, muchas. Arrastrarlas, puesto que unas están ligadas con otras.
Hemos sometido nuestro saber a numerosísimas pruebas en el último siglo. A tantas que hemos perdido la cuenta. A tantas que las ideas supervivientes se han vuelto muy sólidas, muy comprobadas, firmes anclas en las que apoyar nuevo saber. Y eso es lo que hemos hecho.
Con la estadística y con el criterio de buen encaje con lo que ya teníamos, nuestro saber se ha vuelto muy, muy firme. Ese es el método científico moderno. El que ha tenido éxito. Un éxito tan increíble que ha desbordado a nuestra propia mente y nos ha llevado a un mundo muy extraño, en el que lo razonable está en declive.
¡Ay, lo razonable…! El pensamiento lógico está sobrevalorado, ¿sabes? Ten en cuenta que nuestro cerebro que ha evolucionado en la sabana africana. Está preparado para encontrar comida y recordar dónde, encontrar pareja y mantenerla, ir al refugio más cercano, usar piedras, ramas y cortezas de ramas, hacer alianzas y luchas de poder… No, definitivamente no es un cerebro evolucionado para comprender lo que sucede a la velocidad de la luz o la naturaleza de la materia, el espacio o el tiempo, o por qué un gato puede estar a la vez vivo y muerto, o dónde están escondidas seis o siete dimensiones en un espacio pequeñísimo, o si hay o no más universos, o por qué el tiempo va más rápido o más despacio según a qué velocidad te mueves tú…
¡Y sin embargo lo hemos hecho!
Hemos aprendido más allá de la lógica, del pensamiento, de la experiencia. Hemos terminado por admitir que estamos muy limitados por nuestros sentidos y no captamos cosas importantes. O que todavía no hemos descubierto instrumentos para medir algo que existe, pero que no sabemos que existe. (Un ejemplo. Casi el 90% del Universo está hecho de algo que llamamos materia oscura. Y hay también una energía oscura. Las llamamos oscuras porque dicen las matemáticas que existen, pero no tenemos ni puñetera idea de qué son. Creemos que están ahí, pero jamás las hemos percibido ni sabemos de qué están hechas ni cómo funcionan, ni nada de nada).
¿En qué ha quedado la búsqueda de la verdad? Me temo que en no mucho.
Ha sido sustituida por lo que pudiera ser verdad, por extraño que resulte, por desconocido que sea. Hemos partido de un saber que pudiera ser cierto y sobre él hemos cimentado todo lo demás. Y es lo único a lo que podemos aferrarnos. Al contexto, al paradigma. Ahora suponemos que las cosas son ciertas porque encajan entre sí. Y la medida del encaje la dan los resultados estadísticos. Desde Kuhn nos fiamos del contexto, de los paradigmas, mucho más que de la razón y que de la experiencia.
Ufffff!!!! No es de extrañar tanto lío acerca de esas palabras aparentemente sencillas: teoría, hipótesis, paradigma. Es un mundo extraño este de la ciencia que ya no busca la verdad, sino lo que encaja, que usa la razón pero no se fía de ella, que emplea la estadística a sabiendas de que se puede usar equivocadamente, que experimenta sin saber si se está dejando algo importante.
¿Pero sabes una cosa? Mira a tu alrededor… Mira a dónde hemos llegado. Tenemos automóviles, antibióticos, móviles, satélites, ordenadores, microscopios de efecto túnel… Sí, tenemos un método raro e imperfecto que nos ha traído a un mundo lleno de posibilidades y de incomodidades. Tenemos un método raro e imperfecto, variable según los campos, pero que funciona.
Piénsalo la próxima vez que enciendas la televisión, llames por el móvil, acudas a un médico para hacerte un análisis, te tomes la mdicina que te recete, escribas un mail contándoselo a alguien, enciendas o apgagues la luz, te laves las manos sin tocar el grifo y te las seques sin tocar el secador, escribas con un bolígrafo desechable en un papel reciclado… Cada vez que hagas algo que en el siglo XIX no se podía hacer y en el XXI sí.
El método científico es raro, confuso. Pero funciona. Nos ha traído aquí.