Este post es fruto de la colaboración con Vicky, de RedBioGeo. Que tenía yo ganas, sí! 🙂
«Antes muy antes», el pensamiento científico aspiraba a obtener la verdad. Hoy ya no tanto. No es que se haya renunciado, no. Es que se empieza a pensar que ese no es el trabajo de un científico.
«Antes muy antes» (me refiero a la época de Platón, siglo IV a.C.), la verdad procedía de la mente. Se creía que bastaba con aplicar unas buenas reglas lógicas, de pensamiento, para descubrir cómo eran las cosas. El mundo existía porque existía el pensamiento. La experiencia era una representación imperfecta de la razón. Ya sé que suena raro pero era la manera de pensar predominante antes muy antes. La fuente de la verdad, entonces, se situaba en la mente.
Vamos a ver… Esa influencia era más intelectual que práctica. Un agricultor o un pescador no razonaban acerca de facilidad con la que un arado actuaba o de la flotabilidad de un bote. Más bien probaban cosas y veían si funcionaban. O sea, que estaban ciencia por su lado y tecnología por el suyo. Claro. Porque la ciencia lanzaba ideas que sí, que parecían muy razonables, pero que funcionaban poco. Bueno, también se lograban ideas buenas, ¿eh? Pero tantas como ideas fallidas. Y es que la ciencia se consideraba la actividad más elevada, propia del alma, del espíritu que buscaba la verdad. Y la tecnología… La tecnología buscaba cosas que funcionaran. Y como eso es trabajar manualmente, se le dejaba a los que no se les consideraba capaces de pensar, sólo de actuar (fundalmentalmente a los pobres). Porque actuar siempre ha estado mal visto. Claro, pensar no mancha.
«Algo después de antes muy antes» (en los siglos XVII y XVIII, vamos), la experiencia cobra otro valor. Bajo la influencia de pensadores tan eminentes como Bacon, Hobbes, Locke, Hume. Todos ellos ingleses. Es curioso, ¿no? Que coincida esa mentalidad de darle a la experiencia otro valor, superior al del mero pensamiento, con ingleses. Y que la Revolución Industrial sucediera en Inglaterra. Y que Inglaterra fuera la nación dominante durante esos siglos y hasta principios del XX, frente a la platónica España y a la racionalista Francia. ¿Será que enfocaron bien el problema de la ciencia? ¿Que aunaron ciencia y tecnología? ¿Que le dieron a la ciencia un papel social? ¿Que incorporaron a la ciencia toda la sabiduria acumulada en la tecnología y que hasta entonces se había mantenido aparte, porque manchaba?
Pero había un problema. Llevado al extremo, ese empirismo (ese obtener el conocimiento únicamente de la experiencia) puede negarle cualquier papel a la razón, al pensamiento.
Y no es eso, no es eso…
No todo puede ser experiencia, no todo puede ser experimento. Y es que hay tantas cosas que ver, que oír, que tocar, que oler, que gustar… Hay tantas cosas que investigar que no podemos experimentar porque sí. La experiencia tiene que estar guiada hacia algún propósito. Y la experiencia, sin atención, no es nada. La mente interviene. Dirige nuestra atencion y pone un filtro a la experiencia. Nos dice qué merece la pena atender y qué no. Qué tiene relevancia.
Luego necesitamos una guía para la experiencia. Ahí vuelve a entrar el pensamiento. Por tanto, el obtener ideas es una combinación de ambas fuentes: pensamiento y experiencia.
¿Y ya está? ¿Combinar pensamiento y experiencia era la solución?
¡¡¡¡Ayyyyyy!!!! En realidad eso tampoco es cierto. No basta. Porque hoy tenemos muchas ideas, muchísimas. Hemos avanzado una barbaridad. No es que haya pasado mucho tiempo, no. Es hemos descubierto muchas cosas. No midas el mundo en tiempo, mídelo en avances, descubrimientos, ideas. Entonces verás que estamos muy lejos de «antes muy antes» (siglo IV a.C.) y de «algo después de antes muy antes» (siglos XVII-XVIII); estamos en un mundo mucho más rico en descubrimientos. Y eso cuenta, eso tiene un peso. Hemos avanzado tanto en comprender el mundo que el valor de un nuevo descubrimiento no se mide por lo cierto o incierto que sea, sino por como encaja con lo que ya sabemos. Una idea aislada, aunque parezca buena, si no encaja se considera una anomalía y no se tiene en cuenta. Para aceptar un hallazgo, tiene que encajar en el contexto de los demás hallazgos.
Así, los científicos, a partir de esa mezcla de pensamiento, experiencia y contexto, lanzan propuestas. Propuestas acerca de cómo creen que es el mundo. Esas propuestas tienen que ser razonables, tienen que poder verificarse mediante algún tipo de experimento que permita medir, tienen que encajar con las demás. No vale cualquier idea, tiene que cumplir esos requisitos. A esas propuestas con esas características les venimos llamando hipótesis científicas.
Pero esas suposiciones, que parecen ser razonables, que podrían encajar con lo que sabemos, hay que comprobarlas. Y eso se logra sometiéndolas a la experiencia. Y a la estadística. Porque en muchas ocasiones, lo que estudiamos es muy complejo, o muy amplio. Tan complejo o tan amplio que en los experimentos hay que simplificar. Es decir, que el experimento toma parte de la realidad, no toda. Y eso significa introducir posibles errores en los resultados finales. En la ciencia moderna los experimentos nos dan datos que hay que interpretar, no resultados que directamente digan sí o digan no. Eso es lo que llamamos método científico. Obtenemos unos datos y comprobamos si es probable que apoyen nuestra hipótesis. Es decir, si pudieran ser ciertas. ¡Ojo! No si son ciertas, sino si pudieran serlo. A eso se le llama corroboración de hipótesis. Y si no se logra, si se demuestra que la hipótesis es falsa bajo las condiciones del experimento, se llama refutación.
Y es que el método científico ha ido evolucionando. Hasta Popper, el método científico buscaba la verdad. Desde Popper se busca eliminar lo que no es cierto y renuncia a encontrar la verdad. Sólo se queda con lo que podría ser cierto. Es decir, no puedes estar seguro del todo ¡de nada! Pero si algo funciona una y otra y otra vez, si algo supera múltiples comprobaciones, múltiples experimentos, ocurre que, aunque no estés seguro del todo, sí que puedes actuar como si fuera cierto. A eso que funciona una y otra vez, que encaja bien con otras ideas y que se considera razonable, que tiene poder explicativo, sirve para fundamentar una teoría científica. Que es una formulación, una idea, un modelo, una ecuación… lo que sea que sirve para explicar y predecir. Para explicar y predecir los fenómenos que nos ocupaban, que nos preocupaban. Cuantas más hipótesis se verifiquen como apoyos para una teoría, más sólida resultará ésta última.
¿Y es así de sencillo? Ni de broma! Porque al introducir la estadística, el contexto de otras hipótesis y otras teorías, los experimentos y las máquinas que miden los resultados de los experimentos, las simplificaciones que se eligen para poder llevar a cabo el experimento… ¡Todo se complica!
Pero eso te lo cuento mañana… Lo de hoy era en un mundo ideal.
Enhorabuena, magnífico artículo.
¡Hola jp!
He mirado en tu blog y estás en una situación parecida a la mía, peleándote con el universo google para usarlo en clase… ¡Paciencia, paciencia, que no es inmediato ni obvio en absoluto! Cuando logre un buen protocolo intentaré comentarte en tu blog.
Muchísmimas gracias por tu comentario… 🙂
¡Un saludo!
José Luis, te felicito. Creo que aclaras muy bien como funciona la ciencia y su aportación a la sociedad.
Muchos estudiantes buenos no distinguen bien el conocimiento científico de otros. . Leyendo tu artículo puede que lo comprendan mejor.
Por otro lado, hay partes de la ciencia como son la de la salud, de la nutrición, etc que tienen por su complejidad un caracter incierto en algunos de sus desarrollos (lo de la estadística que puede ser interpretada a capricho). Pueden afirmar en un moemnto algo y unos meses despues lo contrario. Pueden estar tambien ligadas a intereses comericales. Esto podrimaos considerar que no son desarrollos científcos fudamentales pero confunden al ciudadano haciendo valer su mensaje dándole el título de «desccubrimeinto científico= verdad absoluta». Esto creo que distorsiona bastante la imagen que el ciudadano tiene de la ciencia.
Un abrazo y sigo leyéndo tu blog.