El enfado docente

A ver… Esto es un poco largo… Porque transformarse en la mejor versión posible de uno mismo lleva tiempo. Y porque he pasado mucho (tiempo, dolor propio, daño a otros) siendo un gritón enfadado y tenía el hábito arraigado, muy arraigado. Pero no soy alguien excepcional, eso es algo muy habitual en la docencia. Casi una enfermedad profesional.

Porque mucha gente no nos reconocería en algunos momentos de clase. No somos nosotros. Gestionar un aula con treinta personitas que no saben gestionarse a sí mismas, y que, en muchos casos, no están aprendiendo eso en casa, es casi un milagro.

Yo he recibido dos ayudas para mejorar los gritos y enfados en clases y me han cambiado la vida. Y es que verme en plan sargento me daba rabia, no me gustaba yo, no iba con mis valores (democracia, servicio público, cuidar, ayudar…). La primera de esas ayudas, Rafael Bisquerra; la segunda, lo que aprendí de otra docente.

No sé si has leído algo de Rafael Bisquerra. Es uno de los autores más importantes de inteligencia emocional en España. Colabora con Punset y con su equipo participó en escribir el divulgativo y ameno «Universo de Emociones«. Tiene un libro muy chulo, más denso, que es «Psicopedagogía de las emociones«. Si no lo has leído, pero te entusiasma formarte más en gestión de emociones y autoconocimiento, te lo recomiendo. Mucho. Cómpralo, no te defraudrá. Yo estoy en él y quiero ir haciendo resúmenes de lo que su trabajo me sugiera conforme vaya leyendo más, y compartirlos aquí. Es formación pata negra.

A partir de él he ido sabiendo más de cómo parece que aparecen las emociones. Una de las hipótesis me llamó mucho la atención. Conocerla me ha ayudado a dejar de ser sargento (o a serlo cuando yo elijo, no cuando se me dispara). En esa hipótesis, el primer paso es percibir el entorno (o el mundo interior) con los sentidos (internos o externos). En el segundo el cuerpo reacciona a esos estímulos con músculos y hormonas, y lo hace muy muy rápido. El tercero, la mente está escaneando el cuerpo constantemente en busca de señales de reacción y, cuando las detecta, dispara las emociones. Es decir… Nos enfadamos porque gritamos, y no al revés. Lo que nos enfada es el hecho de gritar. Ya sabes… Al sonreír, como se hace en la risoterapia (que seguro que lo has practicado), verás que tus emociones cambian. Habrás oído que modular nuestro modo de pensar a través de nuestro lenguaje nos cambia. Pero también nos cambia nuestro modo de movernos. Ir más erguidos, sonreír más, hacer movimientos más suaves, nos da emociones diferentes al actuar de otra manera.

Yo le veo sentido. Porque el lenguaje del cuerpo es muy anterior, evolutivamente, al lenguaje hablado. Y las emociones también… Cambiar los movimientos es posible, por tanto, que tenga, como mínimo, el mismo impacto que cambiar las palabras con las que pensamos.

Respecto a la otra docente, supe aprender el valor de la aceptación del aquí y ahora. Y eso lo aplico a la gente menuda con la que comparto mis clases. Acepto que están gritando y dejo lado mis expectativas hacia lo que quiero hacer, o lo que a otros les gustaría que hiciera o esperan que haga, y enfoco toda mi atención en que están gritando y que quiero cambiar eso. Pero sin urgencia y sin juicio, sin pensar en futuros alternativos, con las mejores técnicas y dándole el tiempo necesario. Tratando de comprender por qué gritan o se distraen, o faltan el respeto. Para ayudarles a tomar conciencia de por qué actúan así. Y solo cuando hemos avanzado en este campo, solo cuando hemos crecido, podemos abordar otros logros. Porque sí, está el currículum, claro, pero primero están los enanos.

Porque seguro que has oído hablar de técnicas para que la clase entre en modo enfocado, con el grado de silencio necesario. Técnicas sencillas (todas ellas las he practicado alguna vez, y funcionan de la leche de bien) como:

  1. Habituar al alumnado a un imitar un gesto mío (levantar la mano) e imitarme, mientras se callan. O a imitar ese gesto si ven a otra persona hacerlo. Te aseguro que, sin un solo grito, tras un corto entrenamiento, se logra reconducir a la clase en segundos. Es el método que más practico. Ellas y ellos lo aceptan porque no les gusta que les griten y les he ofrecido esta alternativa para evitar el disgusto mutuo. Saben que si no cumplen, cuando se hace el gesto, sucederá el grito que ninguno queremos. No es solo el gesto en sí, es el entrenamiento previo y el vínculo que se establece porque buscamos un bien común con él.
  2. Pedir escucha, en vez de silencio. Cuando hay mucho ruido en la clase, recibo información del estado de ánimo de mi alumnado, que suele ser de ansiedad. Nos hemos dado cuenta de que, realmente, no quieren estar así. Y entonces paramos y nos concentramos en escuchar y respirar, con los ojos cerrados para concentrarnos mejor. Y tras un par de minutos o tres, volvemos a estar preparados para el trabajo. Escuchar tiene más poder que callar porque escuchar es hacer algo y callar es reprimir hacer algo.
  3. Tener cartulinas preparadas, con el tipo de actividad que voy a poner en marcha y, sin hablar, dejarme ver por todos los grupos, poco a poco. Eso crea un estado de ánimo expectante y reenfoca la atención hacia mí. Tiene el problema del material que consume, y que requiere tener un aula fija. Pero es muy efectiva.
  4. Dirigirme a personas con sus nombres y pedirles escucha. Porque nadie en clase se llama «silencio», o «cállate». Eso crea, a la vez, un estado de atención del resto del alumnado hacia qué le va a pasar a esa persona, cómo va a ser la interacción entre ella y yo. Me funciona mejor cuando me dirijo a dos o trés personas, en vez de a una solo.
  5. Pedirles al alumnado que se hagan responsables de sus compañeros y compañeras mediante un gesto de atención respetuoso entre ellos. Muy respetuoso y muy suave. Simplemente posando la mano en su hombro y retirándola después de un par de segundos. Es una manera de ayudarse entre sí para mantener la atención, que funciona para evitar que se arme lío, no para pararlo.

Pero… No creo que sean las técnicas en sí… Es más la intención con que las uso (investigar. ayudar a tomar conciencia de uno mismo, crecer, desarrollarse…). Y que suceden tras haber creado un estrecho vínculo entre mi alumnado y yo. Un vínculo de cuidado mutuo por el que ellas y ellos tienen claro que yo busco lo mejor, no solo para su futuro sino también para su presente.

Todo eso está muy bien… Pero a veces… Pues se falla. No todos los días mantengo la calma, no todos los días me siento bien, no todos los días ellas y ellos están bien. Y suceden conflictos. Duros, a veces. Pero he aprendido a perdonarme y a enfocarme hacia solucionarlos, en vez de intentar ganarlos o reescribir el pasado.

En fin… Con todo esto probablemente no te esté dando información que no sepas. Pero a veces, oír lo que sabemos de otra persona, ayuda.

4 respuestas a «El enfado docente»

  1. Lola

    Gracias;)
    No encontré nunca problema para acercarme a esto. Lo tengo, y serio, cuando detectó faltas de respeto o escucha en adultos.
    Ya me dirás qué hacer 😉

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    • José Luis Castillo Chaves Autor de la entrada

      ¿Yo? ¡¡¡Gracias!!! Pero soy un aprendiz. Cada día es una lucha con mi ego, mis expectativas para ellas y ellos… Supongo que sí he aprendido algo es que el infierno está hecho de expectativas (creo que es de Shakespeare, pero ni eso lo sé fijo).

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  2. Marga

    En mi caso he tenido que convertirme en madre para darme cuenta de lo importante que es la gestión de emociones y de lo poco que se consigue dejándose uno llevar por el enfado. En la clase me cuesta más, pero creo que pedir escucha en lugar de silencio puede ser un gran tip.

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    • José Luis Castillo Chaves Autor de la entrada

      Gracias, Marga! Efectivamente, lo que me dice la práctica diaria es que a mí y a mi alumnado nos funciona. Y me alegro mucho de que lo veas bueno para ti. Dejamos a la gente sabia de la Universidad averiguar si eso es generalizable para todos y, mientras, nos lo quedamos

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