Un mapa geológico, en esencia, es un mapa topográfico al que se le han añadido colores que reflejan qué tipo de material litológico hay en qué sitio.
La mayor limitación que poseen es su propio nombre. Plano. Me informan de una superficie. Durante décadas los geólogos han tenido que recurrir a trucos para inferir qué hay debajo (p.ej., la famosa, al menos para los geólogos, regla de la «V», que indican hacia dónde buza, hacia dónde se inclina, un estrato).
Hoy, no es que no se usen. Claro que se usan. Pero tenemos muchas otras herramientas más poderosas para representar los materiales superficiales y profundos de un territorio. Y más caras. De ahí que todavía se empleen, quizá por muchos años, los sencillos (bueno, sencillos más o menos, quiero decir) mapas geológicos.
Para saber cómo es una superficie contamos con la teledetección, que abarca grandes áreas a gran velocidad. Basada fundamentalmente en satélites, tiene la ventaja de que puede captar informaciones muy variadas mediante el instrumental que porte. P.ej., averiguar la tasa de fotosíntesis de un área a partir del examen de una determinada longitud de onda de la luz emitida por la superficie. O la temperatura a partir de la emisión de infrarrojos. Gracias a los sistemas de teledetección contamos hoy con una ingente cantidad de datos de la superficie del planeta. Lo que permite poner en marcha múltiples proyectos de investigación. Y múltiples agencias han nacido para ocuparse de hacer una gestión pública de tal información.
Y lo mejor de todo, podemos organizar los datos en series temporales y contemplar la evolución de determinados parámetros. Gracias a la teledetección reiterada combinamos espacio y tiempo.
Pero también podemos conocer el interior. Hay una técnica que se llama tomografía sísmica y que nos ha permitido una visión más completa del interior terrestre, construyendo modelos 3D. Parte de la misma base que la investigación sismológica clásica: deducción de las trayectorias, retrasos que revelen inhomogeneidades del material. Pero lo hace con ayuda, no sólo de seísmos de gran intensidad, sino también del ruido de fondo sísmico que constantemente recorre el planeta. La Tierra es como un gigantesco instrumento musical y nos hemos puesto a escucharlo. Y lo escuchamos con mejores oídos. Y tenemos ordenadores que nos ayudan a organizar esos sonidos y a comprender qué quieren decir.
Tenemos tantos datos que ya no nos caben en un papel. El plano geológico no basta. Ahora hemos construidos los SIG. No son sino múltiples informaciónes, organizadas (cada clase de dato se llama capa), que corresponden a un un punto. De hecho, los SIG no existen. No tienen existencia material. Lo que existen son representaciones gráficas que se elaboran usando una parte de los datos del SIG. Si quiero saber material geológico, pues le ordeno al ordenador (¿una paradoja? 😉 ) que mire en el SIG, busque lo que pido y lo imprima. La mejor imagen que podemos hacernos para comprender lo que es un SIG es la de toda una serie de mapas apilados los unos sobre otros. Y aún así nos quedamos cortos. Porque un SIG puede buscar y establecer correlaciones entre unos datos y otros.
Un SIG es un monstruo informativo.
Y los SIG se pueden combinar entre sí.