De alguna parte hay que sacar ganas para ir a trabajar, no? Cada uno hace lo que puede con lo que le ha tocado en suerte. Los hay que se motivan por el sueldo. Yo, curre lo que curre, cobro lo mismo. Lo mismo si hago un desastre que si lo hago bien. Los hay que se motivan por la autoestima. No está mal, pero fiar la autoestima a niños-adolescentes no es un buen negocio. Son volubles y extremos; te pueden encumbrar y enfangar con la misma facilidad. Tampoco a padres. La mayoría (inmensa) son gente normal. Pero siempre, siempre, encuentras a alguien dispuesto a convertir la educación en un campo de batalla por motivos personales que a ti se te escapan. Y nunca, nunca, sabes quién va a ser. Lástima por los que son buena gente, razonable gente, porque tiendes a no arriesgarte y a protegerte de ellos.
No. De aquí no. Yo no. No siempre.
Yo saco las ganas de tener algo que decir. De sentir esa necesidad. De sentirla desde hace más de 20 años.
Pero tiene el problema de llenar el qué decir. Yo leo para tener qué decir. Hablo para tener qué decir. Y viajo para tener qué decir.
Porque después de ver el Perito Moreno, de escuchar cómo cruje el hielo, de saber que mirar sus kilómetros de extensión es mirar al pasado, se te ocurre qué decir.
Después de ver cómo cae un bloque (y fotografiarlo tarde) tienes de qué hablar.
Y es curioso. No quieres volver. De allí no. Pero tienes muchas ganas de estar de nuevo con aquellos que te van a escuchar. Se te queda una cara rara. Al menos, quiero pensar que la cara rara que tengo no es mía, sino de la mezcla de asombro, sobregocimiento, ¡yo qué se…! Y no de decirle a mi amigo Cecilio: «saca más frente del glaciar, saca más frente del… (click) …glaciar (tarde)»
Lástima no haber estado en el glaciar Upsala. Fue un fallo. Si vais, no lo cometáis. No sabéis si estará a la vuelta. No sabéis cómo va a ser el mundo en el segundo viaje. Lo que siento es haberme perdido las cosas que el Upsala me hubiera sugerido contar.
Prometo Torres del Paine otro día. Pronto.