La educación es una función que tiene que recaer en la mejor gente posible. Y aquí, mejor no quiere decir la más empollona, la más sabia, la más trabajadora. Mejor significa la más equilibrada y dispuesta a trabajar con personas a las que tratar de hacer el bien.
A mí no me seleccionaron por equilibrado. No habría aprobado jamás si eso fuera así. Pero con los años estoy intentando acercarme a ese estado. Por dos razones. Por mí mismo, por supuesto. Y esa es la primera. Y por la gente a la que me debo por mi trabajo docente. Y esa es la segunda. Van en ese orden.
Despacio como una gota de agua
Fuente: Alex Melic
Me he dado cuenta de que muchos de mis posibles desequilibrios, y por tanto muchos de los fallos que cometo como docente (y como persona), vienen de un impulsor de comportamiento concreto: de «date prisa«. Con los años se van acumulando demandas externas sobre quien somos en realidad. Demandas externas que nos van modificando poco a poco. Hasta que dejamos de reconocernos. Yo he tenido suerte y mala suerte. Suerte porque desde pequeño me di cuenta de eso (leí 1984, de George Orwell, con 14 años y… lo entendí! Eso me llevó a comprender la programación que sufrimos). Y mala suerte porque, aunque algunas programaciones me las he sacudido (fue fácil, estaba motivado), otras las he adoptado. Con gusto y ganas. No he sido lo suficientemente valiente como para desprenderme de TODAS ellas a lo largo de mi vida.
Hasta ahora…
Aunque no soy un docente convencional, sí que hay algunas cosas muy convencionales en mi comportamiento en el aula. «Date prisa» es, con diferencia, la peor, la más dañina. Su origen procede de una necesidad personal: la de que las cosas me salgan bien. A mí. Situando el foco en el ego. Olvidando que a quien tienen que salir bien es al alumnado. Ese rasgo creo que lo compartimos mucha gente docente…
Pero este curso he logrado cambiar. Me he dado permiso para ir tan despacio como necesite el alumnado. Me he dado permiso para disfrutar de cómo aprenden y dejar disfrutar del aprendizaje, sin pensar en la siguiente meta. Me he dado permiso para preguntarles cómo se sienten y atenderlo. Me he dado permiso para dejar que triunfen ellas y ellos y olvidar el triunfar o no yo. Me he dado permiso para construir una organización de aula a la medida de lo que necesitan, y no a la medida de lo que yo vaya a trabajar (así que soy yo quien se tiene que adaptar a a cada grupo, y no a la inversa).
¿El resultado? Espectacular. Además de una muy buena relación con el alumnado, como hace años que no sucedía, ya hemos dado todos los contenidos de la 1ª evaluación en 2ºESO y 2º de Bachillerato; y vamos muy avanzados en 3ºESO. Con sensaciones de calma, de paciencia, de pausa, de cariño.
Está siendo todo un triunfo. Su triunfo. El de ellas y ellos. Y yo su alumno.
A mi personalmente tampoco me agrada que me metan prisa, si las cosas no se hacen a su paso, hay mas probabilidades de que salga mal. Totalmente de acuerdo. Más de un profesor debería dejar de ahogar a sus alumnos, muchos incluyéndome a mi damos por perdida la asignatura a causa de ello.