El trabajo científico es método, sin prejuzgar el resultado. El político es buscar un resultado preconcebido sin prejuzgar el camino (bueno… quizá con algún límite ético; o no).
A primera vista parecen incompatibles… ¿Lo son?
La ciencia nos lleva a saber cómo es el mundo. Y evita que nos engañemos acerca de él. Está bien. La política nos lleva a querer cambiar el mundo. Evita que seamos simples espectadores que aceptan las cosas como son. No somos ese tipo de ser vivo. Somos el ser vivo que ha transformado la biosfera. Luego necesitamos los dos. Necesitamos saber cómo son las cosas y saber cómo querríamos que fueran las cosas. ¿Pero pueden convivir ambas tendencias en nuestro cerebro?
Fuente: Tema de Energías
Una ya está. Somos un ser vivo poderoso porque tenemos un cerebro científico que nos ha llevado a conocer.. Y así sobrevivir y proliferar. Y a cambiar la biosfera. Tanto que hemos modificado la época geológica en la que vivimos (hemos creado el Antropoceno).
Pero…
Pero no somos suficientemente poderosos. Ahora tenemos que construir un nuevo cerebro. Político. Capaz de tomar las mejores decisiones colectivas. Lo que no es posible sin saber cómo tomar las mejores decisiones individuales. Nuestro cerebro no es, aún, suficientemente poderoso. Porque, básicamente, es una mente científica. Y eso, siendo imprescindible (nos evita engañarnos acerca del mundo), se queda corto. Necesitamos una mente política, consciente de las metas y, sobre todo, de los principios que nos tienen que llevar a esas metas (no, no vale cualquier camino). Y, en esas metas, la felicidad personal y el bienestar colectivo deben ocupar un lugar central.
Necesitamos desarrollo personal para lograr desarrollo colectivo. Y esa parte del cerebro está muy desatendida… Aún no somos la mente política que debiéramos ser. Aún no somos las personas en las que tendríamos que convertirnos. Por eso aún no somos la sociedad que queremos.
Ser de mente científica está bien. Es, sin duda, un primer paso (que no se puede saltar, ojo). Pero no basta.