Importa comprender las emociones. Porque se tienen. Son parte inseparable de nosotros. Bueno… Se pueden perder, claro… Pero se trata de una mutilación porque las emociones están en el cerebro, impresas en circuitos neuronales con los que venimos de serie. Puede haber accidentes que afecten al cerebro y nos las eliminen o nos las deterioren. Y esos accidentes no solo se llevan por delante las emociones. También alteran nuestra capacidad de decidir, nuestro razonamiento lógico, nuestro aprendizaje, la posibilidad de retener en la mente objetos o acciones que no se sitúan en el presente, el planificar… Como he aprendido leyendo «El Error de Descartes«, de Antonio Damásio, las emociones comparten circuitos cerebrales con todas esas otras funciones. Colaboran con ellas de modo decisivo. Es radicalmente falsa y ha hecho mucho daño esa visión negativa de las emociones, como un estorbo para la inteligencia, que tiene que esforzarse en dominarlas. Esa visión ya aparece en Platón, pero que seguro tiene raíces más antiguas.
Y es que sin emociones no hay inteligencia. Un ser menos emocional es menos inteligente. Toda filosofía que niegue valor a las emociones, o las supedite a la razón, está muerta.
Importa comprenderlas porque, si tu trabajo tiene que ver con el aprendizaje, hay que conocerlas y gestionarlas sí o sí. Y más si te apasiona tu labor, como me pasa a mí. Hacer bien mi trabajo, la educación, despierta en mí esa emoción, adictiva, que es la pasión.
Para comprenderlas podemos desgranarlas en sus componentes, como describen Holodynski y Friedelmeier. Las emociones tienen una forma (unos signos internos y externos que las hace reconocibles) y una función. En esa función es donde aparece la interacción con todas las demás habilidades personales que promueven, refuerzan, dificultan o impiden. En esa función interactiva, y en su desarrollo personal, se sitúa gran parte del diálogo «nature-nurture», o «innato-aprendido«. Porque no basta tener una circuitería neuronal apta, capaz. Esas emociones han de ir madurando en un proceso, creciendo bañadas en un contexto saludable que las fortalezca, que les dé la forma que necesitan y una buena aplicación a su función. El contexto importa. Porque la circuitería neuronal es solo el potencial. Y no todas las emociones sufren un proceso igual en su evolución hacia la madurez. Las hay que están más arraigadas en nuestro cerebro y están disponibles más fácilmente (miedo, ira, etc., a las que les lleva una fracción de segundo ponerse en marcha), las hay que requieren interacciones más sutiles con las personas y las situaciones (amor romántico, que requiere de días, semanas, incluso meses, para fructificar). Tener las neuronas no es garantía de lograr activar las emociones de un modo saludable y adaptativo.
Fuente: Human Relations
Porque las emociones bien desarrolladas, además de forma y función, requieren:
- calidad intrínseca (en sus signos, en la adecuación a la función que busca)
- buena integración con el resto de funciones cerebrales, cognitivas o no
- uso que le da quien la experimenta
- encaje con la demás variedad de emociones
- adecuación al contexto
Sin esas cualidades la emoción existe, claro, pero se convierte en un problema, y no en una solución. Por ejemplo, una mala forma impide que los demás perciban nuestras emociones y dificulta nuestra comunicación. Por ejemplo, una función incorrecta significa que podemos aturdir o disgustar a la gente que nos rodea. Por tanto, hacerse conscientes de ellas y regularlas para que tengan calidad, integración, buen uso, encaje en la variedad, y estén contextualizadas, es importante.
Y sí, el contexto social también importa para comprenderlas. Porque, aunque los circuitos neuronales de las emociones son compartidos universalmente por todos los seres humanos, y aunque sus formas sean las mismas para todos, el contexto social influye en esas formas. Y en sus funciones… No produce lo mismo manifestar abiertamente una emoción concreta en Almería que en Japón. O hay ocasiones en que la ira está socialmente aceptada y otras en las que no.
Hemos visto que las emociones son parte de la inteligencia. Hemos visto algunas de sus características básicas, pero también otras características que indican su calidad. Hemos visto que el contexto juega su papel. Esos son los datos. ¿Y qué hago con esos datos? Yo, como conclusión personal, veo que lo importante de las emociones no es tenerlas, ni estar expuestos a ellas, ni meramente sentirlas. Eso es muy primario. Lo importante, para mí, es que contribuyan a nuestro desarrollo personal y social, y a nuestro bienestar. Lo importante es dar el primer paso: reconocerlas; y dar el segundo: gestionarlas (ojo, que no es lo mismo gestión que control…). Más adelante vendrán más etapas. Porque tras esos pasos, básicos, hay más… Mucho más… Esperándonos. A ti y a mí.